Hace un tiempo, en ocasión que me encontraba viajando sólo con mi
sombra y mi mente y mis libros y cuaderno (cuestión que también fue excusa de
algún que otro texto) me percaté, mientras re-leía el maravilloso -y tan
inmenso que se lo puede leer diez veces y aún así marearse con las cronologías-
Cien Años de Soledad de García Márquez, que en mis notas nunca evoque a Soledad más que de costado, y eso es
extraño, teniendo en cuenta que, si bien no siempre, las notas nacían de
situaciones o lugares solitarios, situaciones que eran justamente las que
generaban el silencio necesario para que el pensamiento se constituya en grito
y en la calma exterior me siente a hacer esto que tanto me gusta.
Nunca jamás, teniéndote a mi lado en la cama, ya con el sueño
encaminado tuve la más mínima intención de levantarme a escribir, y sin embargo
ahora pareciera que el mejor momento para inspirarse es justamente en esos
segundos, en que la mente está más cerca del mundo de los sueños que de éste y
de manera increíble genera todas esas palabras que quizás, en circunstancias
diferentes, nunca se me ocurrirían.
Es que las notas nacían por tu ausencia, por el no tenerte a mi lado.
Soledad no tuvo absolutamente nada que ver con ellas. Lo que más me sorprende
quizás es que no decidí deliberadamente no mencionarla, más bien la omití una y
otra y otra vez. Y es que mientras más lo pienso, más sentido tiene, porque no
es desde esa tan convertida en cuento Soledad desde donde escribo sino desde el
anhelo. Soledad como tal no es el problema, Soledad como tal va y viene, es
pasajera, escurridiza, total y absolutamente azarosa e involuntaria. Como llega
se va y cuándo menos se lo piensa ahí está de nuevo, acompañando de esa forma
tan particular que ella tiene. No le escribí jamás a la Soledad porque en
realidad nunca me molestó su compañía, y uno escribe sobre eso que le falta o
que quisiera o que le hace ruido, o que simplemente se le hace presente y le da
una excusa para que uno le dedique unas líneas.
Ahora Soledad se hizo presente sin querer, cuando acompañando en
respetuoso silencio noté, del puño de otro, que siempre que podía, estaba ahí.
Soledad tiene entonces bien ganadas estas palabras justamente porque en su
extraña ¿fidelidad? de amante que no siempre duerme conmigo y que, además,
duerme con muchos nunca jamás le dedique nada. Ella, Soledad, estuvo ahí
siempre que te escribí, leyendo y releyendo y corrigiendo y proponiendo, y
tiene tanto derecho como vos o como cualquiera a ser parte de esto, a ser
reconocida.
A Soledad, con tu permiso, le regalo estas líneas que, como todas y en
última instancia, te pertenecen.
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