viernes, 11 de marzo de 2011

Sobre el amor y el odio.-


Aprovecho que ya hablamos del amor para contarles que ella me hizo sentir un boludo grande; pero ojo, entendiendo a grande no como adjetivo que refuerza la calidad de boludo, sino con entidad en sí mismo, siendo pues, ambos, contrapuestos. Así, por grande, entendemos dichoso, orgulloso y feliz. Mientras que por boludo entendemos cabrón, desgraciado. Como dicen las líneas de al lado; mi suerte y mi desgracia, Luciana. Podríamos también hablar de amor y odio, pero nuevamente debo decir “ojo” y advertirles lectores, que el primero siempre es más fuerte. Y bajo riesgo de caer en una imagen prefabricada; “el amor es más fuerte”, de un tinte por que no naïf, hasta quizás clerical, déjenme decirles que de no ser así no estaría ahora agazapado aquí en mi cama, con el pelo mojado por la ducha y los zoquetes esperando para vestir mis pies. Aún así, si este argumento les parece demasiado pobre (al fin y al cabo podría tratarse de un boludo grande, esta vez si entendiendo al “grande” como refuerzo del “boludo”), permítanme decirles que el amor es más fuerte porque perdura, tiene la capacidad de mantener su esencia por muchísimo tiempo, intocable, implacable. No así el odio. El odio persiste si, pero es finito, potente pero finito, casi como un orgasmo pero sin el placer. Cada día se va apagando; porque sí, algunas cosas (y voy a caer aquí nuevamente en un cliché), algunas cosas las cura el tiempo. El odio, como el amor, nunca termina de desaparecer, pues no hay herida que no deje cicatriz, sin embargo, y esto lo diferencia del segundo, sólo queda en órbita, como un satélite pequeño, que está pero no.

Quisiera reforzar un poco esta idea; José Pablo Feinmann dice que es mejor hartar al lector repitiéndole algo que arriesgarse a que ese algo pase desapercibido.
El Odio, este mismo que a veces saca a la luz la versión más oscura de nosotros (que, pareciera vence al super yo freudiano como la selección argentina a Perú en el ’78, sin resistencia), existe como en una especie de inframundo, del cual sale solo si es provocado. Es, además, colérico, rabioso, pero, como ya dijimos, finito. Efímero. El amor en cambio trasciende en un plano mucho más consciente, mas activo. El amor, a diferencia del odio, necesita el sólo movimiento de una hoja, una imagen ni siquiera repetida, sino al menos similar a algo vivido, para hacerse presente. Y por eso es grande, y por eso es eterno. Y es aquí cuando se hace necesario hablar nuevamente de la boludez. No lo boludez del cabrón, que se siente humillado, que encuentra ojos y risas y dedos señaladores, sino la boludez del enamorado, que justamente por boludo se enamora y por enamorado se emboluda (si es que la Real Academia me permite el término), al punto de exponer su humanidad a valores impensados, a humillaciones (públicas y no tanto) de niveles catastróficos, pero, y peco aquí por repetitivo, ojo, no la humillación dolorosa del cabrón perseguido, sino la humillación linda, tierna, esencialmente sincera, del boludo enamorado.

Estas reflexiones no intentan separar las aguas, plantear una dicotomía entre amor/odio, bien/mal; sino ayudar a una caracterización de estos dos sentimientos antagónicos, naturalmente opuestos. Caracterización que, como cualquiera que se haga sobre un sentimiento, es indefectiblemente subjetiva y quien escribe no puede más que valerse de su propia experiencia para llevar a cabo dicha empresa.

Amor y Odio son, más que dicotómicos, dialécticos. El nivel de odio (si es que se puede medir) que sentirá una persona en lo que a relaciones supone, dependerá directamente del nivel de amor que sienta. Son las ofensas de quienes queremos las que calan realmente hondo en uno, porque justamente el cariño que sentimos es profundo.

Es que sin lo amargo lo dulce no es tan dulce, es que con tu ausencia tu presencia se agiganta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario