(texto un tanto ajeno a las Notas para Ernestina, pero aún así digno de ser leído, o no, no sé. Dedicado a quienes hacen "Esquicio de Radio, arquitectos al aire", por la Radio Cooperativa GEN, FM 107.5)
La polémica entre Albert y Alfred, capítulo uno.
Corría el año 47 cuando
conocí al señor Alfred, no voy a decir nuestras edades porque no viene al caso,
pero si puedo decir que, en aquel momento, la juventud estaba ahí, presente,
constante.
El momento en cuestión lo
recuerdo como si fuera ayer, y es que uno puede olvidar el momento en que
conoció a un amigo, a un amor, pero jamás olvida el momento en que conoce a un
enemigo.
Como dije anteriormente,
corría el año 47, y estábamos diseñando el hoy ya extinto Club de Bochas del
Barrio Güemes. El señor Alfred se presentó como el arquitecto en jefe. Con
aires poco humildes intentó convencer a los presentes de que los clubes de
bochas eran cosa del pasado, “cosa de pobres”. Su máxima era de que en ningún
proyecto suyo jamás habría ni canchas de bochas ni asadores (máxima que parece
haber calado hondo en la academia arquitectónica).
Ante tal actitud yo y otro
grupo de caballeros decidimos ignorar al señor Alfred, y llevar a cabo el
proyecto sin planos ni esas cosas burocráticas. Nos fuimos a la whiskería y, en
un papel de servilleta, dibujamos el mejor Club de Bochas jamás diseñado,
canchas de bochas, asadores, whiskerías de patio y hasta percheros esparcidos
por el parque, para poder colgar nuestros sombreros. Tenía todo lo necesario
para el caballero de la época, popular, pero refinado. Cuando ideamos la sala
principal, el acuerdo era unánime, iba a tener por piso un fantástico parquet.
Terminamos el dibujo y fuimos
a enfrentar al señor Alfred. Recuerdo que lo primero que dijo -después de
escuchar nuestras ideas- fue: -“Claro, asadores y parquet, ustedes sí que ya
pensaron en todo”-.
Él argumentó que era amigo
del arquitecto Jaime Roca -ya fallecido-
y no iba a permitir semejante insubordinación de nuestra parte. Ante la
evidente correlación de fuerza en nuestro favor, y luego de una acalorada
discusión, aceptó firmar los papeles que hicieran falta, de modo que nosotros tuviéramos
nuestro Club, y él tuviera sus laureles por la obra (y su cheque, claro está).
La concreción de la obra
generó un sinfín de problemas, cruces y choques.
Recuerdo sin ir más lejos una
discusión sobre las paredes del salón principal, los baños, el quincho y
también la estructura de los asadores.
El señor estaba empecinado en
que había que utilizar ladrillos comunes, si, de esos de cerámica, color ladrillo,
valga la redundancia. Para colmo de males, la disposición que quería utilizar
es aquella que se conoce vulgarmente como “aparejo a sogas”. Intenté explicarle
de que ese método no funcionaría, pero enfureció. Empezó a gritar que era
ladrillo común o nada. Levantando también la voz, le expliqué que había que
utilizar ladrillo hueco, me interrumpió irónicamente al grito de “¡ladrillo
hueco, ja!”. Levanté aún más la voz y le expliqué que debíamos usar ladrillo
hueco, ni más ni menos, pero con una salvedad. Rellenaríamos los ladrillos con
arena y los ubicaríamos con una pequeña pendiente. Éste era un truco que había
aprendido en mis viajes por el Caribe, los viejos fuertes de la época colonial
tenían siempre, dentro de sus paredes, arena, y estas paredes estaban, siempre,
inclinadas.
Con rostro relajado, y
sonrisa burlona me preguntó qué demonios tenían que ver los fuertes coloniales
con nuestro futuro Club.
Desencajé su sonrisa cuándo
le expliqué que necesitábamos paredes a prueba de bochazos, así como las
autoridades coloniales necesitaban fuertes a prueba de cañonazos.
Lo que no entendía el señor
Alfred es que un jugador de bochas, con algunas copas de más (recuerden nuestro
que revolucionario Club de Bochas venía con whiskerías de patio) no tiene lo
que uno llamaría, buena puntería.
Finalmente, se construyó con
el método propuesto. La historia del Club la conocen todos (y si no la conocen,
ya la contaremos), y de no ser por aquel nefasto suceso sus paredes estarían
hoy levantadas, no intactas de bochazos, pero si fuertes de estructura.
Este pibe va mejorando. Si como dice Borges, la literatura es constancia, o como digo yo, ejercicio, va bien. Digamos que agarró la recta como se debe, después de la curva, sin mucha velocidad pero no tan lento. Quiero leer más, por eso del ejercicio.
ResponderEliminarGuauu! Es verdad que vamos creciendo. Y lo aseguro porque necesito saber qué pasó con el club de bochas, y si es posible que me lo ubiquen en el mapa de barrio Guemes. Esto además porque parece que la arquitectura y el urbanismo no cambiaron mucho en 65 años y por ay es un edificio en esto de recuperar la cañada
ResponderEliminar